El océano es una de esas cosas que nunca deja de inspirar a la gente, el oleaje evoca fortaleza, su inmensidad te hace sentir humilde, la cantidad de vida en el mar te hace pensar en cómo sería posible tanta diversidad sin una fuerza superior que hiciese todo esto posible, es imponente. Los barcos pesqueros se ven a la distancia como diminutos esfuerzos humanos por dominar toda esta vastedad, rayos, hasta los barcos cargueros más grandes son liliputienses cuando tratan de pelear con el embravecido mar, el oscuro ponto de Homero, los marinos tienen que ser hombres de otro nivel, dispuestos a pasar mucho tiempo aislados en estos cascarones flotantes a merced de fuerzas muy superiores a ellos, soportar marejadas, ventiscas, frío, arduas horas de trabajo, dormir hacinados en literas estrechas, con el motor encendido las veinticuatro horas.
Cualquier gusto que se puedan dar puede ser considerado un lujo.
En la sala de radio, la bocina tronó con un ¡Oficina, aquí Xavier!
Pronunciaban la x como sh, como Xela.
Ever, el operador de turno contestó ¡Adelante Xavier!
El capitán del barco se escuchaba algo titubeante, Fíjese que... tenemos una solicitud por acá... es que al supervisor se le acabaron los cigarros y quería saber si le podían mandar un fardo.
la respuesta se hizo esperar un poco, Ever no se la creía. Emm permítame un rato, voy a consultar con don Güicho, a ver qué podemos hacer por ahí.
Soltar el botón del radio y soltar la carcajada fue una sola.
- ¡Oyó Güichón lo que están pidiendo!
Don Güicho levantó la cara de los papeles que estaba revisando y se ajustó los lentes, ¡Oy!
- ¡Al Cristian se le acabaron los cigarros! pausa para la carcajada, ¡quiere que le manden un fardo!
Para los que no trabajaban con él, la cara de don Güicho era algo cómica, yo me imaginaba que de tanto andar trompudo le había quedado una mueca con el labio inferior estirado y la boca medio abierta, ahora que lo pienso se parecía a los peroles esos de barro que tienen una máscara en un lado con la boca y los ojos abiertos como para meterles leña y usarlos como lámparas. Una vez lo vi sentado en su escritorio viendo al vacío con la cara estirada, le pregunté si estaba enojado y me dijo ¡eh! como si fuera un timbre, le volví a preguntar, sonrió y me dijo "ah no, ya me quedó así la cara".
Esa misma cara de perol de barro Olmeca puso cuando escuchó la solicitud.
- ¿Y cómo chingados? pero si solo tienen una semana de haberse ido, ni que pudiera vivir sin fumar una semana más
Los viajes de pesca tardaban 14 días.
- No sé jefe, así me acaban de decir.
- Y qué quiere que hagamos, no vamos a traer el barco al puerto solo por un fardo de cigarros, ahí que le haga.
- Mire pue jefe, el María Linda está abasteciendo ahorita, sale mañana, ¿y si le mandamos los cigarros con ellos?
- Es cierto, va, entonces le enviamos el paquete con ellos, solo ponerlos en carreras son estos patojos a uno, cuando venga se lo cobro.
Yo no sé la verdad cuál era tanta la ansiedad por dejar de fumar, lo intenté un par de veces pero siempre me hacía sentir mareado, hasta con náusea y una vez tuve un episodio muy vergonzoso en la casa de un amigo cuando después de almorzar me dijo echémonos un chancuaco, tuve que correr al baño y fallé por pocos centímetros, fue horrible.
Corrían rumores de que los marineros tenían ciertos vicios también, al parecer no solo se tostaban el pellejo bajo el implacable sol de la costa, también se tostaban el cerebro.
Entretanto, yo me disponía a ordenar las gavetas de mi escritorio, hacía pocas semanas había empezado a trabajar en la planta y ya me sentía lo suficientemente confiado para empezar a poner las cosas a mi gusto. Estaba algo sucio pero habían cosas útiles; folders, hojas tamaño carta, hojas tamaño oficio, ganchos, grapas, una bolsa de monte, lapiceros, lápices, papel pasante… hey, un momento.
No me lo creía, del fondo de la gaveta saqué una bolsita sellada con candela, como los cuquitos, no tengo idea de cuánto pesaba, mi mente se remontó a cuando estaba en quinto primaria y llegaron a visitarnos unos policías para darnos una conferencia acerca de las drogas, el joven que nos hablaba era muy animado, nos mostró las más conocidas, en bolsitas parecidas a la que tenía ahora en la mano, las que causaron más impacto fueron la cocaína y la marihuana, con la primera el poli nos dijo “parece queso de Zacapa, ¿verdad? Y era cierto, era un cubo parecido al queso seco, un poco desmenuzado. Cuando pasaron la marihuana lo que más nos atrajo fue el olor, era muy rico en verdad.
Aparte de eso las drogas nunca me habían dado curiosidad, pero no sabía qué hacer con esta cosa.
Después de pensarlo decidí consultarle al operador.
El turno de Ever había terminado y ahora Marlon estaba frente a la radio.
- Marlon, mirá lo que me encontré.
- Vos, ¿de dónde sacaste eso?
- Ahí estaba en el fondo de la gaveta, la acabo de encontrar.
- Ah de plano era del chavo anterior que estaba en tu puesto, ese tenía fama de que se ponía bien perejil, ¿y qué vas a hacer, te la vas a fumar?
- No, yo no le hago a eso, ¿vos sí?
Marlon rió sinceramente.
- Nel compadre, ahí mirás vos si te lo fumás o qué haces, de repente alguien te la compra o tal vez es de alguien más que la dejó por ahí y te lo viene a pedir jaja.
- Pero igual esto no es algo que te van a venir a pedir así nomás, ya veré que hago.
- Sabes qué, ya se, digámosle a don Güicho, no vaya a ser que se te vaya a armar clavo por eso.
Fuimos con don Güicho, primero puso cara de extrañado, luego de sorpresa y luego se echó a reír.
- Entonces sí era cierto que el patojo anterior trabajaba fumado, ve que cosas.
En eso a Marlon se le ocurrió una idea.
- Mire don Güicho, ¿y usted no padece de las articulaciones pues? Dicen que eso es bueno para la reuma.
- Tiene razón – dijo don Luis con la cara iluminada, - Se echa en alcohol. Marlon, tráigame el frasco que está en el botiquín, vamos a probar.
Ni lento ni perezoso, Marlon le llevó el alcohol, don Luis vació el contenido de la bolsita en el mismo, lo agitó fuertemente y lo dejó reposar por varias horas.
El fardo de cigarrillos ya había sido embarcado, en pocas horas saldría, aunque parecía un trámite sencillo, el María Linda tendría que navegar algunas horas hasta encontrarse con el Xavier y entregar su carga, pequeña e insignificante para todo el mundo, menos para Cristian.
Los trabajadores de la planta que estaban por planilla se iban a las cuatro, pero los que estábamos en la oficina nos quedamos casi siempre más tiempo, casi a las seis, Güichón sacó el frasco y con un algodón lo empezó a frotar en sus codos y rodillas, debo decir que el aroma era penetrante pero no estaba nada mal.
A los pocos minutos hubo cambio de turno en la radio, Ever entró a la oficina dando un portazo, creo que no tardó dos segundos en soltar un ¡Qué rico huele! Que nos sacó a todos una carcajada.
Me da la impresión que no era el único fumador de monte en la planta.
Cristian se comunicó por radio al poco tiempo agradecido por el envío, ya tenía suficientes cigarrillos para terminar el viaje, según nos contó después estuvo tentado de pedirle aunque sea un churro de marihuana a uno de los marinos para calmar la ansiedad, total, allá en medio de la nada nadie se daría cuenta.