Saturday, August 09, 2014

Peces

Había una vez, yo tenía un pececito. No era un pez dorado ni un guppy; no era tampoco de los peces moros de esos de ojos saltones que parece que de un momento a otro van a salir disparados. No era un siamés de pelea ni un ídolo moruno ni un pez ángel, no era un pez payaso ni un pez cebra. Yo tenía un bagre.

Era un bagrecito. Una mañana pasó un señor vendiendo pescados de casa en casa. Llevaba una cubeta llena de bagres medianos, pupos, guapotes y mojarras frescas, recién pescadas.

Mi mamá salió a ver los pescados, dejó la puerta abierta cuando salió a la acera y yo salí también a verlos. Me daba curiosidad ver los peces, algunos grandes algunos pequeños, de distintas formas y tamaños.

El vendedor levantó un pez de los más grandes que tenía para enseñárselo mi madre, debajo de éste pez había un pececito que brincaba y abría la boca tratando de respirar en el agua que ya casi no quedaba en la cubeta.

- Mami mira, ese pescadito está vivo.
- Sí, allí anda brincando. – dijo mi mamá.
- Pobrecito, se va a morir, ¿lo vas a dejar que se muera?
- No, el señor lo va a regresar al agua y va a vivir.
- Pero mira cómo abre la boca, se está ahogando.
- Mejor anda para adentro, después llego yo.
- Pero mami, el pescadito...

El vendedor que estaba escuchando la conversación y veía cómo  señalaba al pececito y jalaba a mi mamá del vestido al mismo tiempo se compadeció y me dijo
- ¿Lo quieres cuidar? Te lo regalo

Abrí desmesuradamente los ojos y la boca, ¿de veras?

Y el señor lo sacó de la cubeta y lo puso en mis manos, era resbaloso y por poco se me cae, lo metimos en una palangana y lo llevamos adentro.

A la sazón tendría unos cuatro años y no sabía lo que era tener una mascota, pero me sentía identificado con el pececito sabiendo que lo había salvado de una muerte segura. Nunca había tenido ni un perro ni un gato, ni siquiera tenía una pecera, así que lo metiemos a la pila.

Ahora estaba al cuidado de un ser vivo y podía ver cómo iba creciendo y haciéndose cada vez más grande. De vez en cuando desmenuzaba un trozo de tortilla y se lo tiraba para que comiera. El pez se acercaba entonces rápidamente a la superficie y de un brinco ¡Pluc! Se lo comía y volvía al fondo de la pila. recuerdo jugar con el agua y hacer olas con las manos simulando una corriente. El pececito iba y venía subiendo y bajando en el agua de la pila, una pilona de dos lavaderos, del triple del tamaño de las que hay hoy en la capital.

En ese entonces yo no lo sabía pero es costumbre en los pueblos tener un pez nadando en las pilas para que se comiera las larvas de zancudos y otros insectos que pudieran caer al agua y contaminarla.

Mi hermana una vez tuvo una gallina, la gallina puso huevos, nosotros y nuestros vecinitos mirabábamos extasiados a la gallina echada empollando, esperando el momento en que los pollos nacieran. El milagro de la vida era algo increíble ante nuestros ojos y teníamos asientos de primera fila para presenciarlo.

Un buen día llegamos de estudiar y encontramos media docena de pollitos pelones y arrugados acurrucados bajo la mamá gallina. No pudimos ver el momento preciso en que rompieran el cascarón pero allí estaban, la prueba palpable de la vida, tal como la enseñaban en los cuadernos de colorear.

Desafortunadamente mi hermana no era tan cuidadosa con sus mascotas. A los dos días tomó al primer pollito entre sus manos y con un grito de ¡A volar pollito! Lo aventó al aire. El pobre pollo no tuvo tiempo ni de decir “pio” antes de caer y morir estrellado en el suelo.

Otros pollitos corrieron igual suerte o aplastados, no estoy seguro si sovrevivió alguno. Poco después tuvimos una pareja de conejos.

Bueno, todos saben lo que pasa cuando se juntan un conejo macho y una hembra. A las pocas semanas ya había una docena de conejitos corriendo de arriba para abajo en el gran patio de la casa antañona. Eran imposibles de alcanzar y no tenían plumas ni alas así que no podían mandarlos a volar. En vez de eso, algunos conejos murieron a pedradas.

Aunque para ser justos no había sido ella la única culpable. Los gatos comen ratones, los ratones son roedores y los conejos también, así que no debía haber mucha diferencia entre un conejo pequeño y una rata. Varios conejitos encontraron su final entre las fauces de los gatos merodeadores de la noche.

Pero ahora todo era diferente, este pececito no volaba ni corría, no podía volar porque no tenía alas y no podía correr porque no tenía pies, estaba en el agua y era endemoniadamente escurridizo, por más intentos que hacía por atraparlo nunca lo lograba. A veces era frustrante la situación

Me pasaba horas en la orilla de la pila tratando de alcanzar al pececito que se escapaba más rápido que el pensamiento. Probé con varias técnicas, primero con una mano; luego con ambas; tratando de alcanzarlo a tontas y a locas. Luego esperaba pacientemente a que saliera a la superficie para tratar de atraparlo de un manotazo pero tampoco. El pececito huía y se arrinconaba en una esquina de la pila y luego a la otra, pero la pila era honda y yo no llegaba tan lejos, me mojaba los brazos hasta los hombros tratando de alcanzarlo pero nada.

Una tarde especialmente calurosa estaba como siempre en la orilla de la pila tratando de alcanzar al pececito. Mi mamá estaba en la sala sentada viendo la televisión tranquilamente y se había olvidado de mí. Para mí el pez se había vuelto en una obsesión. Continuamente estaba pensando cómo podía ser tan rápido. En mi mente no cabía la explicación, no era posible que un animalito tan pequeño pudiera escaparse tan rápido de entre las manos. ¿Sería porque su piel era ligosa y resbalosa y por eso aunque ya lo hubiera atrapado se escurría de entre los dedos? Bueno, pero esta vez sí lo atraparía.

El pececito estaba tranquilamente moviendo la cola en una de las esquinas de la pila, hasta el fondo. Sigilosamente metí la mano en el agua y alargué el brazo. El pez no se movió. Sabía que lo tenía cerca pero no lo suficiente, tenía que estirar más el brazo pero ya no daba más, me había empapado la manga de la camisa y me paré de puntillas para llegar más lejos. Ya casi, casi lo podía tocar y el pez tranquilamente nadaba y boqueaba indiferente a la mano que casi lo atrapa. Estaba muy confiado y estiré el brazo solo un poco más. La pila estaba llena, tuve que encaramarse a la orilla levantando los pies del suelo para llegar más lejos, estaba a punto.

Pero en un exceso de confianza e impulso me fui hacia adentro de la pila. La mano se sacudió hacia abajo con todo y cuerpo.  Había perdido el equilibrio y caí a la pila que estaba llena. De repente ni un ruido, ni un movimiento. Solo el silencio.

Nunca había estado en un río ni en un lago, mucho menos en el mar. El agua me rodeaba ahora por todos lados y no tenía ni siquiera el impulso de nadar, no podía respirar y empecé a sacudirme violentamente tratando de volverme hacia arriba. Había quedado boca abajo y la pila era grande y honda para un niño de mi edad. Un impulso reflejo me impedía tratar de respirar pero de todas maneras sabía que no tenía aire y que tenía que llegar a la superficie. Para ese momento el pececito había desaparecido de mi mente.

Mientras trataba inútilmente de volver hacia arriba vi la superficie y de repente todo me pareció tranquilo y pacífico. Poco a poco fui perdiendo el miedo y solamente veía la luz que se colaba por el agua en rayos transparentes. La superficie se movía en ondas que rompían cada vez que una burbuja asomaba a la superficie. Cada vez era mayor el silencio, cada vez mayor la paz, a cada momento se sentía menos tenso y hubo un momento en que los rayos de luz transparente me acariciaron las pupilas y  cerraron mis párpados poco a poco.

Ya estaba casi completamente inconsciente cuando seguramente mi mamá sintió que la casa estaba demasiado silenciosa y su instinto la hizo reaccionar. Se levantó de un brinco y se asomó a la puerta trasera de la casa. Lo único que vio fue un zapato asomando a la superficie.

Como sucede con muchos sucesos de la infancia, ese incidente quedó enterrado en la memoria y crecí como cualquier otro muchacho. Pero tengo cierta desconfianza cuando me ofrecen de comer pescado frito, hay algo cuando los cocinan con todo y cabeza que me causa temor, especialmente los ojos blancos y pelados y la boca abierta como tratando de respirar.