Wednesday, June 11, 2014

¡Zopes!

Ayer me encontraba viendo la lluvia desde mi balcón cuando en los árboles a la distancia se observaban un montón de zopilotes extendiendo sus alas, tendiéndose a sí mismos al sol y moviendo coquetamente la colita para equilibrarse.

Eso me recuerda algo que me pasó hace varios años.

La introducción suena como que nada que ver, pero ya verán. Resulta que mi primer trabajo por allí hace casi 20 años fue en el puerto de Iztapa. La oficina era un trailer dividido en tres partes: La primera parte era la oficina de los operadores de radio, en medio el subgerente y el encargado de planillas (que era yo). y en el otro extremo la oficina del gerente de operaciones.

El trailer en cuestión estaba en un terreno que ocupaba las instalaciones de una empresa que ya no existe, por lo que no creo que haya problema en que diga su nombre, se llamaba Industrias Marbella. Allí también había un taller de redes, uno de torno, también un taller mecánico, la cocina por supuesto y una bodega enorme que servía para guardar repuestos para los barcos propiedad de la empresa que se dedicaba al comercio de mariscos, principalmente camarón jumbo. Que era exportado directamente a Norteamérica y a Europa.

Puesto que algunas personas que trabajábamos en esa oficina vivíamos en la capital, teníamos una casita a la par del terreno de la planta de operaciones, era de tipo canadiense y solo un cuarto tenía aire acondicionado así que todo el resto era caluroso como puede ser el puerto, solo que con camisa y pantalón de vestir. La mayor parte del tiempo que estuve allí tuve un compañero de habitación, Fernando, que trabajaba en la bodega anotando las entradas y salidas de materiales en la base de datos.

Cerca del portón de entrada a la planta estaba la antena de radio, era alta, no recuerdo cuánto pero por lo menos de unos 20 metros aproximadamente.

Una tarde, ya casi se habían retirado todos los de la planta y solo quedaba el operador de radio, los policías privados de guardia en el portón, mi compañero y yo que ya nos íbamos. Antes de salir había que anotar en una hoja de control nuestros nombres, departamento y la hora de salida, así que estábamos anotándonos cuando de pronto sentí que me echaron algo como un cubetazo de agua en la espalda.

Al principio me pregunté a quién se le habría ocurrido semejante broma, casi creí haber visto la puerta del operador de radio cerrándose rápidamente inmediatamente después de la mojada, pero después me puse a deducir: Por aquí no hay pila, las únicas fuentes de agua son el lavamanos en el baño y el lavatrastos en la cocina... mucho menos hay palanganas ni cubetas cerca, igual no son tan bromistas mis compañeros.

En eso se me ocurrió ver hacia arriba, y allí estaba parado en una de las astas de la antena un enorme pájaro negro, sacudiéndose las plumas.

Como si fuera película de miedo me toqué la espalda y sentí algo húmedo y ligoso, con horror vi mi mano una sustancia negra y maloliente...

me cagó un zopilote.

A ver a ver a ver, ¿a cuánta gente conocen ustedes que las haya cagado un zope? no muchas verdad, si mucho un pajarito arrocero, probablemente a alguien le haya tirado alguna gracia alguna palomita, pero no, a mí tenía que echarme la cantada un carroñero, ¡y era una cantidad enorme!

Apenas pude contener mi asco, me fui corriendo a la casa y me metí a la regadera con todo y ropa, afortunadamente no había mucha gente cerca para reírse de mi desgracia. Por lo tanto pude mantener mi dignidad intacta por mucho tiempo, pero supongo que eso ya no cuenta y es solo una anécdota chistosa, pero por si acaso prefiero estar alejado de las antenas de radio.

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