Thursday, June 05, 2014

Hablando del clima

Recuerdo que mi abuelita me contaba una historia de cuando era niña en Chiquimula. Me contaba que tenía un vecino que tenía sus siembras, el vecino en cuestión era medio rebelde, especialmente cuando había sequía y sus sembrados se secaban. Salía a medio sembradío, alzaba los brazos y empezaba a gritar "¡Dios, si de verdad existís, hacé que llueva!" y empezaba a maldecir al cielo y a reclamar por la falta de lluvia.

Por supuesto cuando hay sequía hay sequía, incluso hace sesenta años cuando no había tanta deforestación ni contaminación la gente lidiaba con la veleidosidad del clima que cuando se emberrincha hace lo que se le da la gana.

También me contaba mi abuelita que cuando el vecino estaba en su lecho de muerte le costó morirse. Dicen que cuando alguien está en agonía a veces pide algo de comer, algo así como un último deseo y antojaba, digamos, caldo de gallina. La gente de su casa corría para matar una gallina, preparar las verduras y hacer el caldo. Cuando le llevaban el caldo el doncito tomaba apenas un sorbo y caía muerto -o al menos eso creían-. A los pocos minutos el vecino revivía y continuaba con dolores atroces, dando alaridos diciendo que no se quería morir, luego pedía otra comida, se la llevaban y al probar el primer bocado volvía a la catalepsia, para luego volver al revivir al poco rato.

Obviamente no voy a decir que el señor estaba clínicamente muerto cuando estas cosas pasaron, tal vez pasaba a un estado de quietud y su pulso y su respiración se relajaban a tal punto que parecía que estuviera muerto. Tampoco es mi intención polemizar acerca del ateísmo del señor. No recuerdo si el señor decía estar arrepentido o no de sus blasfemias a la hora de la muerte. El punto es que, para mi mente impresionable de niño, esa historia me marcó profundamente.

Básicamente no hay nada que se pueda hacer con el clima. Si hace calor, busco ropa fresca y una forma de ventilarme. Si hace frío, me pongo un suéter. A veces en días muy lluviosos me deprimo un poco, como todos. Y cada vez que alguien dice "Qué calor  más hijo de ..." o "Qué frío más s..." me acuerdo de la historia que contaba mi abuelita.

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